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Adopción de Corazón

El hijo que me tocó

Actualizado: 31 jul 2023


“Mira esta foto que tomó mi hijo,” me dijo, mostrándome su teléfono con una fotografía impresionante de un colibrí suspendido ante una flor. Los colores brillaban con iridiscencia, un hermoso momento efímero grabado por un muchacho de quince años. Al mío no le gusta la naturaleza.


“Nuestra hija sacó las notas más altas de todo el colegio. Le dieron una beca para un programa vacacional para futuros ingenieros…” Nuestra hija ni pasa sus clases básicas. Los profesores dicen que no pone atención, sino que siempre está pegada al celular.


“Mi hijo es guitarrista clásico; pasa su tiempo libre componiendo.”

“Ah, sí, el mío también…” Sólo que son canciones del rap.


“Mi hija prefiere pasar su tiempo libre en casa. Le encanta acurrucarse con nosotros y jugar, hablar, o ver películas.” La nuestra busca la forma de no pasar tiempo libre en casa. Nos huye aún las muestras más básicas de afecto, como el saludo de “buenos días” o un abrazo de despedida.



¿Te ha pasado? Has escuchado a algún amigo compartir un logro de su hijo y has pensado “¿Por qué mi hijo no es fotógrafo de colibrís?”


La comparación: nos envenena. Produce el descontentamiento con lo que sí tenemos.


¿A cuántos nos pasó esto cuando éramos niños?: la Navidad o el cumpleaños se acercaba. Teníamos en mente un regalo soñado. Veíamos un paquete envuelto debajo del árbol y pasamos días imaginándonos qué podría ser. Tal vez nuestros padres nos dieron pistas que aumentaron nuestra ilusión.


Y luego, al destapar los regalos, no había llegado lo que más queríamos. O no era lo que pensábamos. O -- posiblemente peor aún -- sí recibimos lo anhelado, pero muy pronto se nos pasó la alegría de esa pertenencia y quedamos sintiéndonos vacíos o decepcionados. Ahora tendría que esperar otro año para tener otro chance a la felicidad.


¿Será que esto nos pasa en la parentalidad también?


Nuestra visión de cómo sería la relación con nuestros hijos, y la experiencia de criar, no se asemeja a la realidad, ¡para nada! Ojo aquí, porque esta desilusión en los hijos que nos llegaron nos puede pasar a todos los papás y mamás, sin importar la procedencia de nuestros hijos (por biología, acogida, o adopción). Si bien es cierto que los padres por adopción y acogida podemos enfrentar ciertas dificultades que los demás no conocen (por las experiencias de adversidad temprana de nuestros hijos), ningún hijo llega con una garantía. Todos conocemos historias de algún hijo biológico de alguna “buena familia” que se desvió y terminó en adicciones, malas amistades, o distanciado de sus padres. También está la parte de capacidades y salud: nunca sabes, cuando quedas embarazada, en qué condición llegará tu bebé; en la adopción tampoco.


“Okay,” me dirás. “Ya entiendo; ¡lo estoy viviendo! ¿Pero qué puedo hacer con esta realidad?”


Cuando yo pienso en el descontentamiento, mi primer instinto no es “dar gracias.” Es más fácil ver lo que hace falta y lo que ha dolido, que enfocarme en algo por el cual puedo estar agradecida. Esto es porque nuestros cerebros se encargan de protegernos del dolor, entonces registra todo lo que ha salido mal – ha dolido – más fuertemente, para poder “evitarlo” en el futuro. Pero no somos esclavos de nuestra biología; podemos elegir pensar en algo diferente si queremos. Y en este punto, la asombrosa carta de un preso tiene mucho para enseñarnos:


“… he aprendido a estar satisfecho con lo que tengo. Sé bien lo que es vivir en la pobreza, y también lo que es tener de todo. He aprendido a vivir en toda clase de circunstancias, ya sea que tenga mucho para comer, o que pase hambre; ya sea que tenga de todo o que no tenga nada. Cristo me da fuerzas para enfrentarme a toda clase de situaciones.”*


¿Y el consejo de este encarcelado a sus amigos que, como nosotros, estaban luchando con su propia realidad difícil? Decidir deliberadamente reconocer lo bueno y mantenerlo en nuestra mente, a pesar de las circunstancias adversas que también estemos experimentando:


“…piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo que merece respeto, en todo lo que es justo y bueno; piensen en todo lo que se reconoce como una virtud, y en todo lo que es agradable y merece ser alabado.”*


No te vengo diciendo que te olvides del dolor y la desilusión. Te mentiría si te dijera que no lucho con ellos también. Pero yo sé que meditar en mis problemas no me trae esperanza y paz. Lo qué sí estoy encontrando es que si elijo la gratitud, mi corazón cambia y mi capacidad para lidiar con lo difícil aumenta.


Podemos entrenarnos a vivir radicalmente agradecidos, buscando aun las cosas más pequeñas para dar gracias, cuando no parece haber nada. Hay muchas plantillas y cuadernillos que puedes encontrar para recordarte y ayudarte en adquirir el hábito de la gratitud. Al cambiar nuestro enfoque de lo negativo a dar gracias, seremos cambiados. Para algunos, o por un tiempo, puede ser eso lo único que necesitas.


Pero tal vez ya lo estás haciendo, y todavía tienes un dolor profundo por el hijo o la hija que no te llegó. Nuestra parentalidad es diferente a lo que soñábamos. No hay que negarlo. Tal vez tengamos algo que lamentar sobre el proceso, un duelo por hacer. Tienes un sueño que no se cumplió, y te está robando el gozo de la realidad. Te animo a buscar a alguien que te puede ayudar a caminar el duelo.


Y finalmente, tenemos el reto y la invitación a aprender a deleitarnos en los hijos que sí tenemos. Si soltamos nuestras expectativas y deseos para el hijo imaginario e ideal, podremos disfrutar al hijo real. Quiero ver al “hijo que me tocó” con los ojos del cielo. Quiero ver quién es él y celebrarlo. Quiero afirmar sus muchas cualidades maravillosas, aun si no le importan los colibrís.




*Tomado de la carta a los Filipenses, capítulo 4, versículos 11-13 y 8. Saulo "Pablo" de Tarso, La Biblia.

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